Las aventuras de Victoria Mondieu y Julio Pelicorti V

 —Cuando quiero, puedo ser una perra—, dijo Victoria Mondieu. 

Pelicorti no lo dudó un instante, ha aprendido que una mujer cuyos ojos inspiran al cielo, seguro tiene un corazón que enciende el infierno. Lo que nunca imaginó es que ella iba a morderla. Se hirieron sin querer. Después Victoria lastimó queriendo; Pelicorti no sabía que Victoria era celosa, lo descubrió cuando la herida cicatrizó. El puntazo tenía la marca de la gorra. No le importa el dolor, porque entendió qué le quiso decir: solo mía. Lo que no va a entender, porque los celos son necios, es que son innecesarios. Hace meses que es solo suya, hace meses que su  cuerpo la reclama y, aunque es vívida la desesperación, no se permite sosegarla en cuerpos vicarios. Y sabe que, ni aunque se lo diga, se va a quedar tranquila, pero es así. 

Se aman. Todavía no encuentran cómo dormir en la misma cama cada noche. Pero están cerca. 

Ahora sabe qué significa ser una perra. Ella es una perra. ¿La de Pelicorti?

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