Laburantes

     Cuando la mujer llega a casa, siempre con el sol clareando, comen en silencio. Él es el único en el barrio que se alegra al verla llegar, entre tantos que le esquivan la mirada para no encontrarse con su “monstruosidad indecente”.
    El hombre se acuesta un rato en la cama para hacerle sentir calor en la espalda, ese que la ayuda a olvidar los cuerpos en serie que pasaron por ella como cinta de producción durante la noche. Solo cuando la ve bien dormida, con suavidad, se levanta y se va a laburar.  
    A la tardecita, se encuentran y, después del pan con mate cocido en el patio, ella vuelve a vestirse y maquillarse para salir a trabajar. Él la acompaña a la parada y espera. Cuando ven que se acerca el colectivo, la mujer le da un beso y parte. Entonces, él vuelve a limpiar la casa y a hacer las compras para que, cuando su esposa regrese, compartan una comida caliente con el sol clareando. 

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