Insomnio por la noche

 Nacieron en la misma fecha, con diferencia de horas y, desde entonces, iniciaron una relación como la del yin y el yang: se atraían como solo sucede con las contradicciones irresolubles. 

 A kilómetros se notaban las diferencias: ella tendía al silencio y había quienes la veían taciturna, aunque tenía su veta alocada y extrovertida; él era cálido, enérgico e incluso ruidoso. Pero en otras cosas no solo eran distintos, sino opuestos: cual regla de oro, ella descansaba mientras él trabajaba y él amanecía tibio cuando ella se acostaba. Eran complementarios, se necesitaban, aunque ninguno lo supo hasta ese fatídico momento. 

 Aquel sábado, sin ningún indicio previo, la noche fue tomando temperatura: con el pasar de las horas, el ardor aumentó, creció subrepticiamente hasta su muerte, justo antes del amanecer. Y, desde entonces, el día nunca más pudo conciliar el sueño.

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