Matar a Dios

Enojada por las injusticias, la monja decidió matar a Dios. Muerto el perro, se terminó la rabia, pensó. 

Como solo se le ocurrían muertes simbólicas (romper un crucifijo en plena misa de domingo, quemar una iglesia, asesinar al Papa), se frustró. Aunque espectaculares, eran poco efectivas. 

Hizo una reflexión profunda y encontró la solución definitiva: el cielo se oscureció cuando ella le clavó la indiferencia.

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