Insaciable

La mujer se conocía bastante, sabía qué le atraía. Tenía un estilo agresivo y meticuloso para ir tras su deseo. 

Le bastaba un vistazo distante, aunque no menos examinador, para decidir acercarse. Si pasaban ese filtro, se animaba a mirarlos —y hasta a olerlos— con más atención. Sin pronunciar palabra y sin interrupciones, observaba cada detalle. Luego le gustaba tocarlos despacio, con calma; como toda primera vez… y la última, en muchas ocasiones. 

Como conocía su problema, trataba de contrarrestarlo: disfrutaba el proceso y gozaba con la lentitud, pero bien sabía que si había flechazo, aceleraba el ritmo y tendía a desbocarse. Intentaba degustarlos, pero terminaba avanzando con ansiedad, moviendo las manos con descaro y velocidad. 

Siempre le sucedía lo mismo: ante el éxtasis, perdía el control —su virtud más preciada—. De todos modos, no podía evitarlo. Era más fuerte que ella: devoraba los libros hasta acabar con ellos.

Comentarios

Entradas populares