Preámbulo a las instrucciones para cargar el celular

Piensa en esto: cuando te regalan un teléfono celular, te regalan un pequeño infierno entretenido, una tobillera electrónica, un calabozo de bits. No te dan solamente el celular, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, estadounidense con vidrio templado chino; no te regalan solamente ese me nudo agujero negro digital que guardarás en el bolsillo y pasearás contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que conectar a tu cuerpo con auriculares como Neo a la Matrix. Te regalan la necesidad de cargarle la batería todos los días, la obligación de cargarle la ba tería para que siga siendo un teléfono celular; te regalan la obsesión de responder a cualquier hora —inmediata mente— un mensaje, una llamada, un correo electrónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al inodoro y se te rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu celular con los demás celulares. No te regalan un teléfono, vos sos el regalado —como hace tiempo te pasaba con el reloj, ¿te acordás, Julio?—, a vos te ofrecen para el cumpleaños del algoritmo.

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