Olvidos

Al que madruga Dios lo ayuda, pensó cuando el despertador sonó a las 4:30. Se levantó y se fue a trabajar. La oscuridad, impenetrable al principio, lo turbó. Pero con el pasar de las horas, se aclaró. Fue un día para el olvido. Sin embargo, a la mañana siguiente se despertó con la misma convicción y a la misma hora. Trabajó con vehemencia. Lo que había que terminar ese día, fue hecho. Acabó exhausto. No le pareció que Dios se hubiera hecho presente. El tercer y cuarto día, mientras removía la tierra, plantaba árboles y se dedicaba a los animales, lo cruzó reiteradamente un pensamiento: ¿Hoy me ayudará? Como un eco, tuvo presente esa idea las dos jornadas. Pero no recibió respuesta. Al día siguiente, la agenda apretaba. Corrió desde bien temprano hasta entrada la noche. No hubo tiempo para desviar la atención en ruegos. El sábado transcurrió con mucho trabajo manual, sin sobresaltos ni llamadas divinas. Pensó que el refrán era una pelotudez o que Dios no lo registraba. Lo mismo daba. 

Al amanecer del domingo, se acordó de las pastillas: las había olvidado durante toda la semana. Se tragó una. Al rato recordó todo: él era Dios.

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